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Tras su inauguración solemne en la primavera de 1635, el Salón de Reinos se erigió en el espacio representativo de mayor relevancia en el palacio del Buen Retiro. El programa decorativo que caracterizaba el centro simbólico de la nueva residencia real disponía los retratos ecuestres de los monarcas reinantes, el príncipe heredero y los padres del soberano en los testeros de la sala; en tanto que los largos muros laterales se ornaban con la serie de doce victorias recientes de la Monarquía Hispánica, dispuestas entre los lienzos que reflejan las hazañas de Hércules. En su conjunto, el ciclo de retratos, pinturas de batalla y escenas mitológicas se erigía en un testimonio elocuente del poder y la majestad del Rey Planeta, así como de la continuidad dinástica de la Casa de Austria.

Generalmente, se considera que, bajo la supervisión del soberano y del valido, un selecto círculo de cortesanos concibió el programa decorativo del Salón de Reinos. De aquel sanedrín de “asesores” pudieron formar parte tanto eruditos en las artes humaniores (el poeta y bibliotecario Francisco de Rioja; el aristócrata romano, coleccionista, mecenas y pintor Giovan Battista Crescenzi, verdadero arbiter elegantiarum en la corte de Felipe IV) como artistas de renombre (los pintores de cámara Juan Bautista Maíno y Diego de Silva y Velázquez). La interpretación más generalizada del ciclo decorativo ha tendido a identificar el programa bajo la especie de un Salón de las Virtudes del Príncipe, a la manera de un fastuoso speculum principis. Posteriormente, algunos estudiosos han matizado tal idea, argumentando que se trataba más bien de un Salón de la Virtud Heroica (o de la Virtud Noble), detalle que enlazaría conceptualmente aquel espacio simbólico con una suerte de speculum rei publicae.

Como es lógico, la inauguración del fastuoso salón del palacio nuevo no pasó desapercibida en la literatura cortesana. Ese mismo año vio la luz un pequeño volumen al cuidado del guarda mayor del Real Sitio: los Elogios al Palacio Real del Buen Retiro escritos por algunos ingenios de España. A lo largo de las composiciones laudatorias que jalonan este curioso opúsculo, un grupo de poetas (hoy no muy conocidos) se dedicó a ensalzar la trascendencia simbólica y el valor político de aquel entorno solemne. Varios de ellos prestaron especial atención a uno de los cuadros de las victorias hispánicas: La recuperación de Bahía de Juan Bautista Maíno.